Los abrazos de Martha Ramírez: La pintura en el horizonte de la empatía
Martha Ramírez reflexiona sobre las imágenes que compartimos de este mundo en el que vivimos, tantas veces maltratado, convulsionado, y violento, y cuyos problemas nos son comunes. Imágenes que nos envuelven y también nos alertan, pues en ellas reconocemos nuestra propia y común vulnerabilidad, llena de luces y sombras. Ella dice que muchas veces, son las imágenes las que la encuentran, como si supieran que mirara con atención lo que sucede, y los detalles. Como las imágenes la interceptan con mayor celeridad que el ritmo pausado y reflexivo de su pintura, las conserva en reposo hasta que una idea o un acontecimiento las despierta. Otras veces, sucede lo contrario: es ella quien las busca: navega guiada por una emoción, por un presentimiento de que puede haber “algo más de lo que se ve a simple vista”. Cada imagen suya, es un testimonio de momentos muy específicos en los que “la imaginación encuentra su lugar en la realidad social”, como escribe Natalia Sielewicz.
Martha trabaja en series, y, muchas veces, lo hace en varias simultáneamente. Su pintura no es estrictamente autobiográfica. Ella parte de imágenes públicas de personas que no conoce; lo importante no es su identidad, sino aquello que les pasa, la historia que las une, que las mueve, o lo que deben superar, como pudimos ver en su reciente exposición en el MAMM. Si en principio esa identidad, el lugar o el acontecimiento pueden ser rastreables en la noticia, en el proceso de pasar a la pintura esos cuerpos, paisajes o territorios, se desdibujan para encontrar nuevos significantes, que surgen de las tensiones entre las líneas definidas de la imagen y la abstracción expresiva de capas de pintura aplicadas en veladuras, chorreados y manchas, que hacen la imagen más ambigua, táctil y sensorial. En ese proceso, en el que figura y fondo se confunden, lo personal y lo localizado de la imagen se vuelve más simbólico y universal, y lo inenarrable que le da su fuerza, se nos muestra intensificado en las sutilezas de los colores, los gestos y los trazos. La pintura hace ver que, a pesar del efecto traumático de las situaciones registradas por la imagen, sobresale la capacidad humana de resiliencia ante la adversidad, porque prevalece, como dice la artista, la esperanza. En esa caricia pintada quizá reside lo biográfico de su obra: la artista ha dejado allí su huella, su abrazo, su empatía.
La serie de Los abrazos tiene ya una larga historia en el trabajo de Martha. Comenzó en el año 2006 cuando unió un trabajo que había presentado para sus estudios de doctorado en la Universidad de Barcelona, para el que tomó, de manera fragmentada, una plana de una cuidadosa caligrafía, con ejemplos de pronombres demostrativos, posesivos y numerales escritos en un viejo cuaderno escolar que encontró en un mercadito de la ciudad. Al leer esa lista, escuchó un hermoso poema: “aquel cuadro, esta sala, aquellos días” o “su santo, nuestras madres, sus brazos”. Ya en Colombia, asoció esos demostrativos con otros más corporales, cómplices y silenciosos: los abrazos de personas que regresaban de situaciones trágicas y, en ellos, encontraban un punto de inflexión, un nuevo comienzo. Los dibujó en tambores de pergamino animal, como otra piel para mostrar esa redondez abarcadora y descentrada del abrazo.
Con el aislamiento y la virtualidad que impuso la pandemia, el abrazo cobró nuevos significados y se revistió de una nueva forma de esperanza. Martha acudió a sus imágenes para rehacerlas como pinturas. Escogió las que contenían momentos de gran intensidad emocional, episodios excepcionales de reunificación familiar que ponían en suspenso el dolor de la separación, “el abrazo es como un paréntesis”, dice ella: el retorno de los secuestrados, el reencuentro de unos padres con su hijo robado desde niño; la reunión en la frontera de familias de inmigrantes que se encuentran durante tres minutos (“Abrazos, no Muros”). La expresión del abrazo nos muestra la resistencia de esas personas a ser tratadas como cosas.
Nuestro cuerpo no es algo privado, es un cuerpo público, como escribió Judith Butler. Somos vulnerables e interdependientes, en relación permanente con otros seres y procesos vivos, y esa exposición mutua, ese estar siempre en relación, es lo que nos hace humanos, y lo que nos pone en un horizonte común que hace posible la empatía, porque sabemos que abarca más de lo que podemos ver, como nos recuerda la pintura de Martha Ramírez.
Imelda Ramírez